La danza inmisericorde (el inicio del baile)

(Dedicado a la memoría de Andrés Caidedo, fallecido escritor colombiano)

Ella gritó al final de la canción, con la misma fuerza con que lo haría Hector Lavoe a los 2 minutos 45 segundos de Juanito Alimaña. Dio una vuelta y sintió como las trompetas salvajes anunciaban el final de la inmisericorde canción. Sentía el éxtasis en sus piernas, en sus caderas, en sus labios y su garganta. Necesitaba el piano, las maracas, el timbal; los necesitaba ahora.

Mara se sentó cansada, tomó una copa de ron de la mesa y se levantó de nuevo, jadeante, sudorosa. Buscaba un cigarrillo para secarse, para exprimirse la humedad y volver a hundirse en el baile como si acabase de llegar a la fiesta.

Marco estaba sentado inmutable e inexpresivo, la vio salir entonces de aquel bar. Cabellera oscura, larga y libre. Su piel era suave para los ojos - aún más agradable para el tacto - pensó. Vestía una ligera camiseta blanca, pequeña, dejaba ver cada detalle de su hermosa figura y un jean, suelto también, descomplicado, sin adornos ni dobleces.

El aroma de aquella mujer llegó hasta su nariz, alcohol y tabaco, pero también jazmín, además el arrogante olor de su sangre y de su cuerpo... Marco se levantó de la banca.

- Buenas vecino, un cigarrillo si es tan amable - Mara seleccionó uno sin filtro, cerró los ojos y comenzó a sentir la sequedad en su boca, tan desagradable pero necesaria para su propósito. Vio acercarse al individuo de tez pálida y sombrero de ala negro, que antes la miraba desde la banca, al otro lado de la calle.

Marco se detuvo a mitad de camino, entre ella y la banca. La mujer, atrevida, le devolvió la mirada con una frialdad similar a la que él expresaba. El humo salia despacio de su boca y se aglutinaba entre ella y él. Apenas quedaba una ligera fibra de humo. Ella la rompió.

- ¿Bailas? - Marco no entendía, estaba perdido entre el aroma humano.

- Tómame, bailemos, bailemos ahora que estoy seca .

Mara jaló al extraño y se perdió con él en la pista de baile, entre la espesa niebla que formaba el sudor hiriente y el vicio de la nicotina.

Un piano suave, un bajo expectante una atmósfera inquietante y sombría. De pronto BOOM, trompetas, angustia y pecado. "merecumbe, merecumbe... yo te lo canto sabroso para que goce como é".

Marco se encontraba nadando en el éxtasis y veía como esa niebla tomaba forma y danzaba frente a él. Se estaba ahogando y sentirse empapado de esa salsa y de la sensación fascinante del goce sexual, estando parado mientras se embriagaba de ese ambiente, le saciaba el apetito.

- No se puede terminar - Pensaba Mara - Necesito más, MÁS.

El piano fulminante estalló, la trompeta tuvo su orgasmo y suspiró, la canción terminaba dejando al extraño y a Mara envueltos en un silencio cadencioso y asfixiante. El oído de Marco tenía hambre y la gula lo atacó, tomó a Mara por la cintura, la acercó hacia él y mordió su hermoso cuello, mojado y suave. Ella hizo un leve gemido y lo abrazó con fuerza, como queriendo meterse en la piel de aquel que ella no conocía, y sin embargo le era tan familiar.

Cuando las trompetas invadieron la intimidad, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron, bailaron... y cuando el frío apuñaló la fiesta y la madrugada arrancó la vida de los cuerpos, estos dos, embriagados de vida, se abrazaron fuertemente, como si quisieran encontrar en el otro, el alma que ya no poseían.

Comentarios

  1. ay de por dios. ahora tambien puede encontrarme en weblog. me he sabido copiar de sumercé. jajaja. pornocracia.weblog.com.
    De su texto, qué puedo decir. me gusta esta nueva onda del vampirismo tropical. jejeje.chau

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