"Mientras estemos olvidados no va a cambiar nada". Vuelve el reclutamiento forzado de menores a Colombia

Entre 1958 y 2018, un estimado de 17 mil 778 niños han sido reclutados para participar en el conflicto armado colombiano. Varios informes recientes muestran indicios de que el problema resurge. Leidy, una excombatiente reclutada en su infancia cuenta su historia con fe en que la memoria y la verdad garantizarán la no repetición.

Miembros de las Farc en una marcha militar en 2001. Los niños en sus filas fueron uno de los principales reproches del Gobierno colombiano durante las negociaciones en La Habana. Foto: Newsweek.

Leidy tiene 23 años, 39 menos que el conflicto armado colombiano, una guerra que ha cobrado la vida de más de 200 mil personas desde 1958. Su historia es la de las víctimas, pero también la de los victimarios, una que es muy importante escuchar hoy, cuando aún se debate sobre si los niños que son obligados a usar un arma ¿son el enemigo o deben ser protegidos?

Vivió con su papá hasta los ocho años, su madre murió cuando ella tenía cuatro en un encuentro funesto entre guerrilleros y paramilitares cerca de su casa, en una locación inexacta del Alto Guaviare. Sus padres trabajaban desde el 1995 como raspachines de coca y por esa misma experiencia aprendió a ayudar en el oficio y, en ocasiones, a trasladar insumos para la elaboración de cocaína en su maleta, a veces de camino a estudiar en la vereda La Libertad del municipio del Retorno.

Ubicación de la vereda La Libertad, municipio del Retorno en Guaviare. Allí estudiaba Leidy. En alguna vereda a tres horas de camino a pie vivió con sus padres por ocho años.

Del colegio a casa. De la casa a la guerra.

El colegio le quedaba a unas tres horas desde su casa, por eso acostumbraba levantarse a las dos de la mañana para llegar a tiempo. Arrancaba con los cuadernos entre una bolsa y aguapanela en un tarro de gaseosa viejo. En el camino de ida era normal encontrar militares, paras y guerrilleros. Una vez le dijeron en el colegio que si escuchaba un disparo se quedara quieta allí donde estuviera y se echara al suelo con el cuerpo completamente acostado para evitar la muerte. Muchas veces, sin embargo, seguía caminando a pesar de las balas que, por allá en la época del Plan Colombia (un programa de ayuda del gobierno de EEUU a Colombia en la guerra contra la drogas entre 1998 y 2005), no eran poco comunes. Se había acostumbrado a que esa era su vida: caminar durante horas hacia el colegio, saludar a personas con camuflados y encontrarlas muertas en el camino a casa, luego de correr al ruido de las balas.
“Plata para colegio no había, pero yo igual me iba para allá con tal de no quedarme sola, las tardes en la casa daban miedo por el traque traque de las balas. La profe siempre me dejaba entrar sin problema”.
Los recuerdos le vienen a Leidy con una sonrisa en la cara. La resiliencia es una de las habilidades sociales más fuertes en el campo colombiano de donde provienen al menos un 67% de los niños vinculados a la guerra según el Centro Nacional de Memoria Histórica.
“Esa época era bonita. Luego a mi papá lo mataron los paras en el 2004, yo nunca supe por qué, estaba muy chiquita. Por esa misma fecha tenía un amigo guerrillero que visitaba la casa, no me acuerdo del nombre pero él tenía unos 15 años o más, no sé. Abusó de mí porque me tocaba, pero yo en esa época no sabía qué era eso, eso lo supe ya grande. Era la única persona con la que hablaba, a parte de mi papá y los del colegio. Duré tres días sola en la casa cuando eso. Luego un día llegó con otros amigos de él y me fui con ellos. Tenía por ahí unos 8 años”.


El castigo

La vida para ella no fue nada fácil después de eso. En sus primeros años le enseñaron le enseñaron a cargar municiones y elementos de campamento, también de raspachina, como en la casa de sus padres. Cuando estaba aprendiendo a manejar las armas y preparándose para combatir, sufrió un castigo. 
“Cuando cumplí 12 años me castigaron porque me había querido ir y me pusieron de esclava sexual. En eso duré dos años, pero luego me perdonaron. Había quedado embarazada, pero perdí el bebé, yo creo que por eso el comandante se sintió mal y me puso de guerrera otra vez. Una vez nos encontramos con unos soldados y tocó darnos plomo ahí cerca de Calamar. Creo que matamos a uno, no me acuerdo, pero nos fuimos porque éramos poquitos. La mayor parte del tiempo vivíamos escondidos. Había poquita plata y hubo una época en la que no teníamos municiones entonces era más peligroso”.


Leidy no hace énfasis en los momentos dolorosos de su vida. Al contar sobre su embarazo apenas se detiene para respirar. En cambio, cuando cuenta sobre su encuentro con los soldados se ríe como contando una travesura.

La casa en la que estamos es acogedora. Es un hogar afiliado a la Agencia para la Reincorporación y la Normalización en la ciudad de Bogotá. Está de visita en la capital, desde que inició el proceso de desmovilización y reintegración de las FARC, la guerrilla a la que perteneció durante casi 13 años, ha estado en el municipio de Vista Hermosa en el departamento del Meta, en uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR), lugares aledaños a las comunidades campesinas que históricamente han sido víctimas de los grupos al margen de la ley de derecha e izquierda, del narcotráfico y de los agentes del Estado, y que hoy reciben a muchos de sus victimarios y a otras víctimas, hoy sin inocencia, como Leidy. En ese lugar ayuda principalmente con el cuidado de los niños que hay en el campamento (hijos e hijas de excombatientes) y aprende el oficio de la caña panelera, un oficio tradicional en el país. Su visita a Bogotá hace parte de una serie de conversatorios sobre las memorias del conflicto armado organizadas por la Comisión de la Verdad, una de las entidades estatales nacientes de la firma del Acuerdo de Paz de 2016.

Un apartado del informe más reciente de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia, MAPP/OEA, (publicado en el segundo semestre del 2019 y con datos de los primeros seis meses de ese año) dice que “respecto al reclutamiento forzado o vinculación de niños, niñas y adolescentes (NNA), se ha monitoreado el incremento de esta dinámica en zonas rurales apartadas y caracterizadas por una baja oferta de oportunidades laborales o desarrollo personal para los NNA. Las prácticas de reclutamiento continúan por parte de actores armados ilegales, muchos de los cuales han incrementado esta práctica con el interés de fortalecer su estructura y ocupar territorios dejados por las FARC-EP. De la misma forma, es motivo de alarma el aprovechamiento por parte de los actores armados ilegales de las condiciones de vulnerabilidad social y económica de las poblaciones rurales y la diversificación de las estrategias de vinculación y reclutamiento de acuerdo a las necesidades básicas y características de los lugares en los que habitan las víctimas. De esta misma manera, la CIDH concuerda con la preocupación de la Misión respecto a la persistencia del reclutamiento de niños, niñas y adolescentes (…)”.


“Me gusta estar con los niños, me pone a pensar en cómo sería si fuera mamá, si hubiera tenido a mi hijo esa vez. Se ven felices, pero me pongo a pensar que yo nunca supe que era ser niña entonces me da como envidia… de la buena claro. Yo jugaba a las pistolas y a cogerles las bolas (sic) a mis amigos, pero eso no era ser niña, eso era para no tener miedo. Yo puedo ser mamá (risas), pero hubiera sido mala mamá si lo hubiera tenido antes”.
La entrevista es corta también porque su agenda en la ciudad es corta. Debe descansar, le quedan una noche y un día más y luego debe volver a su ETCR. Al final hablamos sobre el reclutamiento de niños y cómo ese problema sigue vivo. Desde la vuelta a las armas de una disidencia de las FARC, la cancelación de las negociaciones con el ELN y el empoderamiento de varios grupos paramilitares con las más recientes elecciones presidenciales, hay varias denuncias frente a la Fiscalía General de la Nación y otros informes por parte de organizaciones no gubernamentales y entes internacionales como la OEA que advierten sobre un crecimiento en el reclutamiento de niños, niñas y adolescentes para actividades relacionadas con el conflicto armado en el país.
“Yo creo es que nunca se van a acabar los que quieren hacer guerra o que quieren abusar de los niños. Los niños tienen que aprender y jugar y ya. A uno le saca la piedra que eso siga pasando, pero es que a la gente no le importa la gente que vive en el campo. Mientras estemos olvidados no va a cambiar nada, así se firmen más acuerdos, le apuesto”.

*La historia de Leidy es en realidad la de dos niñas diferentes entrevistadas entre noviembre y diciembre de 2019, una de 16 años bajo el cuidado del Instituto de Bienestar Familiar (ICBF) en Bogotá; la otra de 23, ubicada en una ETCR de Vista Hermosa en el Meta. Todos los testimonios, anécdotas, ubicaciones y citas son reales.

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